lunes, 21 de marzo de 2011

María Elena Walsh



Había una vez un árbol tan bueno, pero tan bueno, que además de sombra daba sombreros.
Este árbol se llamaba Sombrera y crecía en una esquina del bosque de Gulubú.
Las gentes que vivían cerca acudían al árbol pacíficamente todas las primaveras, cortaban los sombreros con suavidad y los elegían sin pelearse: esta gorra para ti, este bonete para mamá, esta galera para el de más allá, este birrete para mí.
Pero un día llegó al bosque un comerciante muy rico y sinvergüenza llamado Platini.
Atropelló a todos los vecinos gritando:
- Basta, todos estos sombreros son para mí, me llevo el árbol a mi palacio!
Todo el mundo vio con gran tristeza cómo el horrible señor Platini mandaba a sus sirvientes a desenterrar el árbol.
Los sirvientes lo desenterraron y lo acostaron sobre un lujoso automóvil de oro con perlitas.
Una vez en el palacio, el señor Platini mando plantar la Sombrera en su jardín.
El árbol crecía raquítico y de mala gana, cosa que enfurecía al horrible señor Platini.
El señor esperaba que floreciera para poner una sombrería y vender los sombreros carísimos y con ese dinero comprarse tres vacas y luego venderlas, y con el dinero comprarse un coche y venderlo, y con el dinero comprarse un montón de dinero y guardarlo.
Por fin llego la primavera, y el árbol floreció de mala gana unos cuantos sombreritos descoloridos.
El señor quiso mandarlos cortar inmediatamente, pero el Viento, que se había enterado de toda la historia, se puso furioso.
Y el Viento dijo:
- Yo siempre he sido amigo de de los vecinos de Gulubú, no voy a permitir que le roben sus sombreros así nomás.
Y se puso a soplar como un condenado, arrancando a todos los sombreros del árbol.
El señor Platini y todos sus sirvientes salieron corriendo detrás de sus sombreros, pero nunca los pudieron alcanzar.
Corrieron y corrieron y corrieron hasta llegar muy lejos, muy lejos del bosque de Gulubú y perderse en el desierto de Guilibí.
Entonces los vecinos aprovecharon y se metieron en el jardín del señor Platini y volvieron a transplantar a su querido árbol en el bosque de Gulubú.
El Viento estaba muerto de risa, y el árbol recobró pronto la salud.
Cuando volvió a florecer, los vecinos volvieron a cosechar sus sombreros sin pelearse.
Y el señor Platini se quedó solo y aburrido en el desierto sin sombrería, sin tres vacas, sin coche, en medio palacio y, lo que le daba más pena, sin su montón de dinero.
Ah! y sin sombrero.

Y de esta manera se acaba el cuento de la Sombrera.

María Elena Walsh - La sombrera -Tomado de : http://mendoza.edu.ar

1 comentario:

scarlett dijo...

bello el blog¡¡¡ te felicito y suerte¡¡¡ besitosss..